España, un proyecto fallido « Lo finestró del Gràcia.
(Aquest article a estat publicat al Diario de Teruel)
” José Miguel Gràcia
Hasta hace bien poco, cuando escribíamos sobre la crisis, corríamos el riesgo de que nuestras opiniones o conclusiones quedasen superadas por la realidad a la hora de publicarlas. Este peligro ya ha pasado, porque estamos en el fondo del pozo, intervenidos por Bruselas o Berlín, con un Gobierno de malas prácticas, sin ideas para salir de la crisis y sin soberanía real, haciendo todo lo contrario de lo que dijo, sin ninguna confianza del exterior —gobiernos y mercados— y esperando las órdenes de los mandamases de Europa o de la Troika. Ahora solo queda lo peor de lo peor. Las últimas medidas —recortes de sueldos de funcionarios y recortes de gastos, subidas de impuestos indirectos, pérdidas de derechos laborales, sociales y constitucionales— no harán más que deprimir la demanda y aumentar el paro. El efecto real sobre el déficit del Estado no alcanzará ni la mitad de la mitad de lo anunciado, o tal vez nada. Y más recortes y más paro: una espiral que irá de lo peor a lo “más” peor aún.
Por poner un ejemplo de irracionalidad económica: si digo que el más grave problema de la economía española es el paro, estoy seguro que todo el mundo me dará la razón. Si digo que no encuentro ninguna medida directa al objeto de reducir la escalofriante cifra de 5.600.000 personas, con la que nos acercamos al 25% de la población activa, con un 53% de parados jóvenes, ¿alguien puede contradecir mi afirmación? ¿A qué jugamos? ¿A qué juega el Gobierno, mejor dicho? Posiblemente alguien me contestará, con displicencia y cara dura que el paro que generarán las medidas de ahora, será el manantial de trabajo en el futuro. ¡Menudo sarcasmo, señores! Claro que también podríamos preguntar: ¿A qué juega Europa?
España es un proyecto fallido, porque estamos en pura quiebra económica y financiera, aplicando medidas que solo sirven para que nos hundamos más. Las recetas económicas que se aplican están preñadas de un credo político que se extiende mucho más allá de nuestras fronteras, y de un determinismo neoliberal, lacerante y equivocado. “No podemos hacer otra cosa”. “Es lo que hay que hacer”.
España es un proyecto fallido, porque ha perdido gran parte de su soberanía, me refiero sobre todo a su soberanía económica. Rajoy lo dijo: “Hemos llegado a un punto en que no podemos elegir. No tenemos libertad.
España es un proyecto fallido, porque una gran mayoría de países han perdido la confianza en nosotros. Desde los países nórdicos nos ven como una república bananera, poco trabajadores y poco de fiar. Tanto si tienen razón como no, así nos ven.
España es un proyecto fallido, porque cada día huyen, legal o ilegalmente, millones de euros hacia otros países en busca de seguridad, porque creen no tenerla aquí. La mayor parte de ellos son capitales españoles. La inversión extranjera neta retrocede espectacularmente.
España es un proyecto fallido, porque la Constitución se está convirtiendo en papel mojado. El Estado social y democrático, y aquello de que la soberanía nacional reside en el pueblo (no en Bruselas), que proclaman el artículo 1º, quedan hechos trizas. En Aragón, el Gobierno se pasan por el arco del triunfo el artículo 2º que dice que las otras lenguas también serán oficiales. Da risa leer el artículo 6º, cuando dice que la estructura de los partidos políticos deberá ser democrática. ¿Para qué seguir analizando más artículos? ¡Qué pensar del derecho al trabajo o a la vivienda y tantas cosas más! ¿Quiénes son los antisistema? ¿Los del Gobierno o los del 15M?
España es un proyecto fallido, porque se están tambaleando los tres poderes, incluso la Corona no está en sus mejores momentos.
España es un proyecto fallido, porque del “café para todos” se avanza hacia “agua para nadie”. Algunas comunidades autónomas cederán soberanía de buen grado, o del grado que sea, para volver a la concepción centralista y decimonónica de Madrid, pero el País Vasco y Cataluña pueden decir, ahí te quedas España. Hemos entrado en una fase de casi no retorno. Desde Cataluña se defiende que su expolio ha de terminar, y desde el resto de España se ventila su insolidaridad. De un lado se reclama la total competencia sobre los derechos lingüísticos y sobre los que la sentencia del TC consiguió diluir, y desde el otro se acude a la uniformidad y a una imposible y falsa igualdad de derechos. Las posiciones son completamente irreconciliables.
Ni con moderación ni sumisión, ni pactos políticos, saldremos del pozo. Hace falta un cambio de ideas, de modelo social, tan grande que bien pudiéramos calificar de revolucionario. No es casualidad que las ideas de la derecha ultraliberal campan a sus anchas por Europa. ¿Tiene legitimidad democrática un gobierno que hace todo lo contrario de lo que ofreció en su programa electoral hace unos meses? Si el cambio no lo decide el pueblo en las urnas, desgraciadamente lo habrá de decidir en las calles. Los grandes cambios o los movimientos cuasi revolucionarios, no se pueden preveer, pero se producen. Si usted lector es hoy más optimista que yo, ¡enhorabuena! o ¡enhoramala!”
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