Lenguas irritantes, por Antoni Puigverd.

 

Sobre el intento de genocidio cultural que describe Laín, España no ha hecho la menor autocrítica

Artículos | 22/06/2012 – 00:00h

La mayoría de los españoles percibe como bueno algo que una minoría considera una barbaridad: convertir las dos lenguas románicas propias del territorio de Aragón -el aragonés y el catalán- en una confusa mezcla de dialectos sin nombre y sin apenas derechos. Y es que, a la inmensa mayoría de los españoles, les parece natural, bueno y necesario reducir el panorama de las lenguas peninsulares y favorecer el darwinismo lingüístico. En España, desde hace siglos, los ciudadanos de familias de matriz castellana tienden a consideran insoportable la mera existencia de otra lengua que no sea la propia, pues, durante siglos, en todos los regímenes, con mayor o menor descaro, se ha transmitido la idea de que sólo existe en España una lengua digna de tal nombre, que es la española por antonomasia. El resto, no serían más que vestigios, antiguallas, chapurreaos, dialectos, cuando no puras reinvenciones de los nacionalismos llamados periféricos.

Cualquier pretensión de normalidad de estas lenguas ha sido percibida como una estupidez, una manía, una tomadura de pelo, un atrevimiento inaudito, una ofensa a los castellanohablantes, un ataque a España. El mito es antiguo, pero se renueva en cada generación. Francesc-Marc Álvaro cita, en su último libro, una entrevista de Baltasar Porcel a Laín Entralgo (joven falangista de primera hora y disidente después: sabio sembrador de concordia en el páramo del franquismo). En ella, Laín explica que uno de los objetivos, si no el mayor, del alzamiento de Franco era acabar con la cultura catalana. Sobre el intento casi logrado de genocidio cultural, la España democrática e intelectual no ha hecho la menor autocrítica. Al contrario, en un abuso argumental indigno del que lo usa, se ha repetido mil veces que la ley de inmersión escolar (discutible, pero democrática) equivale al genocidio cultural que ensayó Franco.

Si, al margen de heroicas excepciones, la mayoría de los intelectuales admite la caricaturización política y cultural de las otras lenguas españolas, no es extraño que, en tiempos de crisis, busque el PP, en Baleares o en Aragón, como antaño en Valencia, crear confusión en torno a lo que en todas las facultades de Románicas del mundo se denomina catalán. Fragmentarlo y despojarlo de todo barniz académico y filológico es el paso previo a su conversión en dialecto irrelevante.

Por supuesto: el catalanismo ha fallado mucho en su estrategia de vecindad con Aragón (agua, obras sacras y Juegos Olímpicos de invierno podrían haberse defendido en Catalunya de manera solidaria y mutual con Aragón). ¿Y qué decir de la identificación política de la lengua con el pancatalanismo? ¡Una fábrica de ganar enemigos! Pero estos errores, siendo importantes, no son la causa del problema, sino imperdonables muestras de falta de inteligencia vecinal.

La querencia por la uniformidad y la homogeneidad fue el gran mal del siglo XX. Podría ser la tentación del PP. ¿Acaso busca un chivo expiatorio para liberarse del insoportable peso de la crisis?