Por J. Fdez. Guerra (jorgefernandezguerra.com)

Última actualización 10/08/2011@17:26:04 GMT+1
10/08/2011.- Un par de noticias mentando a la “bicha” de la música contemporánea han roto la placidez del mes de agosto. Tal y como las he conocido, las menciono.
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La segunda noticia es sustancialmente más grave. El nuevo Director General de Cultura de Aragón, Humberto Vadillo, que lo es desde este mes de agosto, realizó unas declaraciones a Periodista Digital el pasado 2 de junio, con motivo de una intervención en la Universidad Rey Juan Carlos, que cortan el aliento (ver en docenotas.com, y youtube). Como es imposible suponer que el actual Gobierno de Aragón no sepa lo que piensa este personaje, nos vemos ante una andanada brutal contra el papel del Estado, y no solo en la cultura, y contra cualquier atisbo de modernidad, justificado como una opción “liberal”.

Vadillo se mete en cualquier charco y su entrevista tiene jugo suficiente como para dejar temblando a todo lo que se menea. A partir de ahora, les toca ser responsables de este desatino a quienes lo han nombrado. Y a los demás, alerta, que pintan unos bastos muy, muy feos. Veamos.

Historia y mercado
Las posiciones de Vadillo responden a un esquema ultraliberal, “Tradicionalmente, el arte ha dependido del mercado”. Se trata de una afirmación muy temeraria, pero más aún con ejemplos como estos: ” “Cultura ha existido a lo largo de toda la humanidad, desde las pinturas rupestres hasta el siglo XIX, hasta 1946, que es cuando se generalizan las subvenciones estatales”. Es decir, que el mercado ha regulado al arte desde las pinturas rupestres hasta 1946. ¿Está diciendo eso el señor Vadillo?: “De hecho toda la cultura que tenemos ha sido producida gracias al mercado”.

¡Y se queda tan fresco! Da pudor recordar que la mayor parte del arte occidental (no hablo de la cultura, eso queda para lumbreras como él), ha sido producido gracias a instituciones como la Iglesia, la realeza o los grandes señores y que la aparición del mercado como protagonista es muy reciente, en términos históricos.

Esa es la trampa permanente que ponen delante los demagogos. Mientras que nos vende la falacia de que el mercado ha estado activo desde las pinturas rupestres hasta 1946, nos brotan ejemplos para contrarrestar esta idiotez hasta que nos saturamos y perdemos el control; y ahí el charlatán gana un punto.

Y sigue: “Hay un momento, a finales del siglo XIX, en el que los artistas quieren independizarse del mercado, con el Romanticismo, […] mientras que anteriormente el arte estaba sometido al dictado del cliente, el cliente decía, pues quiero que pintes esto así, así y así… y en el siglo XIX lo que pasa es que los artistas quieren lograr la independencia artística y presentan una obra que ya está totalmente terminada y que al cliente solo le queda o aceptarla o no. A partir de ahí se empieza cada vez más a buscar un apoyo independiente del mercado y lo van a encontrar en el Estado”.

Arbitrismo y arbitrariedad por doquier. Una visión de la historia manoseada, falseada y retorcida le hace viajar de un periodo a otro sin temor a la contradicción: “Si este sistema se hubiera aplicado durante el Renacimiento italiano, no tendríamos a Miguel Ángel, que era un tío muy arisco y jamás hubiera conseguido una subvención porque hacía exactamente lo que le daba la gana. Sin embargo, sus obras gustaban mucho” . Cierto, en la carrera de Miguel Ángel no hubo subvenciones, pero tampoco mercado y el argumento de que “sus obras gustaban mucho” es de una indigencia intelectual típica de charla de bar, una coletilla obvia que no añade nada al concepto que dice defender.

La borrachera historicista no acaba ahí, veamos otra perla: “A lo largo de la historia ha habido artistas que han ganado mucho dinero, el propio Mozart, del que a partir de la película Amadeus se ha establecido la idea de que era pobre. No no, Mozart ganó mucho dinero, en un momento le escribe una carta a su padre y le dice,–‘si yo escribo música es para ganar dinero, que es lo más importante que hay después de la salud’–. El pobre perdió la salud enseguida, pero Mozart murió en la pobreza porque se jugó todo el dinero, le gustaban mucho los juegos, era adicto a las cartas y a otros tipos de juegos y bebía y se pulió el dinero que ganaba”.

¡Oh, Mozart! Gran argumento. En primer lugar, alguien un poquito avisado desconfiaría de una carta de Mozart a su padre, aunque solo fuera por el riesgo elevado de que le dijera lo que el padre quería oír. Pero, por otra parte, no hay nada malo en que Mozart quisiera ganar dinero. Mucho más dudoso es situarlo como un borracho y jugador (y perdedor) compulsivo. En realidad, Mozart es un mal ejemplo para esto. Su periodo adulto, como profesional independiente apenas llegó a la docena de años y en un momento histórico complicado, con la Revolución Francesa como fondo.

Pudo haber tenido dificultades económicas puntuales (y graves) que podrían haberse diluido en una vida profesional de tres décadas, como las de Beethoven o Haydn y no tendríamos ningún mito romántico sobre sus deudas y apuros. Pero murió muy pronto. No olvidemos tampoco que tuvo siete hijos y otras consideraciones que nos obligan a no citarle a lo tonto. Además, si hubiera habido un mercado claro (como el de las incipientes editoriales, importantes para Haydn y Beethoven, por seguir con sus contemporáneos) y se hubiera beneficiado de ello, tanto mejor.

Donde viven los monstruos
Pero, los verdaderos monstruos de Vadillo son el Estado y las subvenciones y no está dispuesto que cualquier aclaración le estropee su bonita teoría liberal: “Yo creo que hay que evitar que el arte esté en manos del Estado”. ¿Está realmente el arte en manos del Estado, o Vadillo alucina? ¿Y cómo lo argumenta? Por las bravas: “…siempre que el Estado entra en alguna expresión cultural, pues lo que va a haber es más centralización, menos variedad, menos calidad y más regulación. Es lo que pasa siempre”.

Hago notar que la expresión “siempre” aparece dos veces en este anatema. O sea, que nunca el Estado hará otra cosa que estropear; es taxativo. ¿Por qué? No lo dice, pero lo cree firmemente, como un miembro de Tea Party a la española. Lo que sí dice es que el Estado provoca: “la desmoralización y la corrupción de los artistas”. Y su única explicación para ello es que lo aparta del aspecto salvífico del mercado que pone a cada uno en su sitio (y aquí empiezan a llegar los ejemplos musicales): “Supongamos que yo quiero hacer una sinfonía, entonces tengo dos opciones, una es hacer una sinfonía y esperar que le guste al público y otra es pedir una subvención y que alguien me comisione. En el primer caso yo tengo que saber qué es lo que le gusta al público y tengo que enfrentarme, tengo que coger mi arte y llevarlo a la sociedad, que es lo que han hecho los artistas a lo largo de toda la historia; en el segundo caso, yo solo tengo que gustarle a la comisión de control de las subvenciones en materia musical, y para gustarle a estas personas, ni siquiera tiene que ser una buena sinfonía, basta con que yo esté bien conectado y que sepa tocar las teclas correspondientes y que mi sinfonía se ajuste a los gustos muy concretos y muy específicos de esa comisión de otorgamiento de subvenciones; claro, el arte sufre”. 

El gran demagogo siempre miente lanzando medias verdades. Es decir, puede haber casos en que una subvención cubra automatismos y clientelismo inaceptables. Pero, ¡siempre y como mecanismo fatal! Además, los gustos del público no son un absoluto. Gran parte de la argumentación de las vanguardias del siglo XX se ha debido a una desconfianza radical no solo frente al público de su época sino a sus sociedades. Nos guste más o menos, es un hecho histórico. Y hay miles de ejemplos para defender cualquier posición.

Vayamos a algo cercano. A principios del siglo XX, el público madrileño no podía ser soporte de una música sinfónica o concertística de calidad, Manuel de Falla lo sufrió, intentó ganarse la vida en la zarzuela, el único mercado de la época, y cuando realizó el esfuerzo de presentar a concurso su primera ópera, La vida breve, fue tan maltratado (pese a ganar el concurso) que se marchó a Francia en busca de “público”. Y como lo encontró, nació el músico que ahora conocemos. Entonces, de qué público hablaríamos, ¿del español o madrileño, del francés?

Sigamos con este ejemplo cercano. Cuando Falla alcanzó notoriedad pudo acercarse a fuentes de mercado que le facilitaron la vida, especialmente, las editoriales. Es sabido que las editoriales son esenciales para la supervivencia económica del compositor; son entidades de mercado y no pueden ser otra cosa; en España apenas las hay (ni las había). ¿Dónde está el mercado para el compositor español? ¿Es culpa de la atonalidad, (como repite Vadillo) o de las subvenciones?

Otro aspecto a puntualizar es que ya no se componen, o apenas, sinfonías. ¿Lo sabe el flamante Director General de Cultura de Aragón?: “La música clásica se compone, se paga por el Estado o por los que la comisionan, pero no se escucha. En la mayoría de los casos, las nuevas sinfonías se representan [sic] una única vez, porque por contrato se tienen que representar una vez, pero luego no se vuelven a representar porque, ni les gustan a los músicos (los músicos que la están tocando, en la mayoría de los casos no les gusta, lo que les gusta es tocar Brahms) ni les gusta a la audiencia”.
Dejando de lado que las sinfonías no se “representan”, polemicemos con el argumento central de esta última cita: las obras contemporáneas no se repiten; es otra verdad a medias, aunque hay muchas veces que es cierto. Toquemos otro tema. Cuando Vadillo dice sinfonías, debemos suponer que habla de obras orquestales. Bien, aceptemos que en el contexto de la vida de las orquestas la creación contemporánea lleva una vida complicada. Pero es que no es su entorno.

La música más compleja posterior a 1946 ha encontrado su sitio en el grupo de cámara especializado, y ahí el fenómeno es el inverso. ¿Se imagina alguien a Brahms en el Ensemble Intercontemporain, la London Sinfonietta, el Ensemble Modern, el Klangforum Wien, musikFabrik y un largo etcétera? ¿Habrá oído hablar este señor de la existencia de estos grupos? ¿Se habrá acercado a alguno de sus conciertos para saber si llenan o no?

Sufridos conciertos
En suma, ¿de qué nos habla? ¿Del ámbito del aficionado provinciano de las orquestas españolas, ávido de escuchar siempre lo mismo? ¿Repetirá chascarrillos de ambigú de un público tan atrincherado en sus posiciones como el que Falla sufrió en aquel atrasado Madrid? Quizá sea eso, porque los chistes son similares: “Normalmente, las piezas de música contemporánea se ponen siempre en mitad del concierto, porque está comprobado que si se ponen al principio, la gente llega tarde y si se ponen al final, la gente se va antes, entonces la ponen en la segunda pieza, primero ponen una de Mozart, que guste, luego una de música contemporánea y la cierran con una de Brahms, que les gusta también; y en el intermedio cierran el bar para que la gente no se vaya”.

Embriagado, en fin, por su fina ironía, lleva la chanza mucho más lejos de lo habitual. Nunca he visto (en 45 años de vida musical), que la pieza contemporánea se ponga al final y, en conciertos sinfónicos, nunca en el centro, aunque sí, prácticamente siempre, al principio, y por los mismos motivos que cita nuestro héroe.

Pero, precisemos, ¿de qué música habla?: “No queda otro remedio que oír a Alban Berg y sufrir”. Así que era Alban Berg el que le hacía sufrir. Conoce algunos nombres, pero no se aclara. ¿Es Berg contemporáneo? ¿De quién (1885-1935)? ¿De qué obras habla (Berg tiene poquísimas obras orquestales y las que hay cada vez funden más y mejor con Mahler)? ¿Esto le hace sufrir a Vadillo porque esta música esta en el centro del concierto y le cierran el bar del Auditorio?

No, debe de haber más: “Prácticamente desde que aparecen las subvenciones, la música clásica contemporánea desaparece como arte. Es una música que no le gusta absolutamente a nadie, es muy difícil encontrar a alguien a quien le guste la música atonal. Shostakovich es prácticamente ya el último compositor que ha tenido éxito popular en Europa” .

Pero como la empanada mental es grave, mezcla subvenciones con Shostakovich, artista de Estado por excelencia, aunque con una situación nada envidiable por el tipo de Estado que le tocó vivir. Además, aprendemos que la música contemporánea (sin matices) no le gusta “absolutamente a nadie”, normal si ha desparecido como arte gracias a las diabólicas intervenciones de las subvenciones.

Las malditas subvenciones
Entonces, Vadillo entra en campaña, hay que atajar el mal y primero de todo, localizarlo: “Cualquiera que haya estado atento a los últimos veinte años de la vida cultural española se dará cuenta de que la cultura solo puede ser de izquierdas”. Es una curiosa ecuación, sobre todo si hemos citado en extenso la música clásica contemporánea. ¿También es de izquierdas?

¿Y las artes plásticas? Porque, Vadillo defiende que son elitistas, lo que le parece una contradicción a todo el mundo menos a él mismo: “El Museo Reina Sofía esta lleno de cuadros muy difíciles de que encajen en el gusto”. Pese a lo cual recibe más de cuatro millones de visitantes anuales. Y los grandes nombres de este Museo (Picasso, Miró, Dalí, Tàpies) son más bien gigantes del mercado del arte. ¿A qué viene, pues, esta ensalada de conceptos contradictorios: subvenciones, Estado, arte moderno, música atonal, sinfonías subvencionadas, Mozart borracho.

No nos desviemos, hay que llegar a los “subvencionadores”, el eje del mal: ¡los socialistas! Para alguien de la órbita del PP, la descalificación de los socialistas se entiende como de oficio, pero Vadillo es un apasionado: “Hay socialistas en todos los partidos. En el Partido Popular, encima, se produce una especie de síndrome de Estocolmo en la cuestión de la cultura que hace que interiorice que la cultura es necesariamente de izquierdas, un ejemplo fundamental es el alcalde de esta ciudad. Alberto Ruiz Gallardón, que cuando llega al poder pone de Consejera de Cultura a Alicia Alonso [sic], la hija de Núria Espert que ha dicho que ella vota a la izquierda”.

Y aquí Vadillo saca al Torquemada que lleva dentro y se carga al Alcalde de Madrid. El supuesto izquierdismo de Alicia Moreno (que no Alonso, esa es una bailarina cubana más “socialista” que la pérfida hija de Núria Espert) es una de las leyendas urbanas preferidas del facherío de la capital, pero un Director General de un gobierno autónomo del PP debería ser más respetuoso con Ruiz Gallardón. En cuanto al síndrome de Estocolmo, que juzguen los suecos, yo solo soy un músico de los que no gusta “absolutamente a nadie”.

Sexo, mentiras y centros de arte
Vamos a concluir la ensalada con una joya del pensamiento liberal del gran prohombre. Le pregunta el dócil entrevistador sobre esos centro de arte de los que se anuncia que crearán puestos de trabajo; pero el gran Vadillo no se deja intimidar: “Esa es una argumentación muy típica y les gusta mucho a los políticos emplearla porque es muy atractiva y muy difícil de contrarrestar. Nos vamos a gastar 200 millones de euros en este nuevo centro de arte contemporáneo, pero van a crearse 200 puestos de trabajo directos y 500 indirectos y como resultado van a fluir 100.000 turistas más a nuestra ciudad que se van a dejar dinero en los restaurantes y en los hoteles. Pero claro, las políticas hay que presentarlas siempre en un análisis coste-beneficio porque sino tendríamos que hacer todo. Listas solo los beneficios pero no listan los costes, y claro, los costes son que ese dinero, esos 200 millones de euros no se van a gastar en otra cosa. Se podían gastar en apoyo a las empresas privadas, en apoyo a los hoteles o, mejor todavía, se podían dejar en los bolsillos de los contribuyentes y que ellos se gastaran ese dinero como quisieran. Naturalmente, si deja ese dinero en los bolsillos de las empresas y de los contribuyentes, la economía va a subir, muchas empresas van a mejorar, van a poder contratar a otras personas y a lo mejor se van a contratar como resultado en vez de los 200 trabajadores que iban ir al centro de arte contemporáneo, se van a contratar 500, pero eso nunca lo sabremos […] el buen economista distingue entre lo que se ve y lo que no se ve. El político nos vende siempre lo que se ve, que es el centro de arte contemporáneo, pero el economista y el votante tienen que saber diferenciar y fijarse en lo que no se ve, que es toda esa riqueza que se podía haber creado y que no se crea como resultado de que se cree ese centro de arte contemporáneo”.

En este ejemplo, Vadillo saca su profundo conocimiento de la cosa económica. Claro que con 200 millones se crearán 200 puestos de trabajo directo y 500 indirectos. Pero ¿Y si se les da a la gente (contribuyentes y empresarios) ese dinero? ¿Cuántos se crearían? Y eso digo yo, ¿cuántos? Quizá muchos, quizá ninguno. Quizá los 40 euros que se quede cada ciudadano como consecuencia de una rebaja de impuestos (ya que de eso se trata), se invierta en crear empresas exitosas.

Supongamos que en el mundo feliz de Vadillo, eso sucede, ¿qué empresas? Una casa de putas sería una buena y rentable empresa, por ejemplo. Pero no nos pongamos en lo peor (lo que sí hace Vadillo). Lo que dice que no vemos es esa otra colisión de la realidad que ha quedado en pura potencia (como en la física cuántica). Además, ¿por qué tienen que ser esos 200 millones y no otros los que se les dé al empresario, hotelero, etc? ¿Por qué ese odio a la inversión cultural?

Ahora pensemos de otra forma, sin salir de un esquema puramente empresarial y una lógica de mercado. Supongamos que tenemos una empresa llamada Madrid S.A. (podríamos hablar de otra que se llame España o de otra que se llame Aragón); el valor añadido de nuestra empresa depende de múltiples factores, productividad, prestigio, accesibilidad. ¿Dónde está la cultura en nuestra empresa? ¿En prestigio? ¡Por qué no! Todas las grandes empresas invierten en imagen, marca, marketing, etc. Nadie les dice que podría ser mejor invertir en tener dos bares de empleados en lugar de uno con el dinero dedicado a la imagen. ¿Por qué razón un centro de arte de prestigio es un mal negocio? El Reina Sofía es una mina, así como todo el triángulo de museos. Y eso abarca a toda la zona, a sus bares y hoteles.

Supongamos, por poner un ejemplo que conozco, que la rehabilitación y recuperación económica de todo el entorno del Teatro Real pagara beneficios directos al Teatro que tiene toda la culpa de la efervescencia económica de la zona. ¿Sería un Teatro deficitario que precisara subvenciones? Dejo a otros los números, pero no puedo dejar de mencionar que una sociedad de mercado compleja se compone de muchos factores.

La fe que muestra Vadillo en que el dinero de bolsillo que se queda cada ciudadano si se desmenuzan los 200 millones del centro de arte va a hacer milagros es puramente ideológica; en suma, lo cree porque quiere creerlo, yo creo otra cosa. Pero, por encima de nuestras creencias, considerar que el Estado debe renunciar a tener una política en materia de cultura es una aberración, es una suerte de anarquismo de ultraderecha.

Para sostener todo este entramado de sandeces, Vadillo deslegitima al Estado y realiza una caricatura feroz de un simple instrumento de gestión, la subvención. Y tanto el Estado como la subvención son instrumentos administrativos, debemos usarlos bien, como si fueran cualquier otro tipo de herramientas. Con el Estado tenemos la posibilidad de modificarlo a través de elecciones, con las subvenciones estamos obligados a exigir que se empleen bien, eso es todo.

Arte y alimentación
¿Por qué nos cuesta tanto ser un país maduro? Un Estado no se improvisa y unas herramientas administrativas tampoco. Existen subvenciones en todos los campos: industria, agricultura, exportación… Son instrumentos de corrección de las desviaciones del mercado y ni lo cuestionan ni lo pervierten. Y la música clásica es un ejemplo magnífico, ya que el mercado apenas ha podido entrar. En un país maduro, sustentado en una economía de mercado con un Estado regulador de las disfunciones (que es el sistema en el que vivimos, libremente y sin coacciones), el mercado realiza su función hasta donde llega, más allá está el Estado si es que la sociedad considera que debe intervenir.

Vadillo cita ámbitos en los que el mercado funciona bien: “Bueno, más esencial [que el arte] es la alimentación, y sin embargo a nadie se le ocurre sustituir el Mercadona por una cadena pública”. Exactamente, pero el mercado no vive independientemente de la historia; en la alimentación la presencia del mercado es legendaria, ha encontrado la fórmula de articular la producción, que es homogénea, además, y lo hace perfectamente. De esto se colige que el Estado solo debe intervenir allí donde no llega el mercado y retirarse si llegara. La desconfianza y la paranoia no tienen ninguna función en esto.

Sin salir de la cultura, eso ocurre en la literatura, el cine y la pintura. Decir que las subvenciones han corrompido a la música contemporánea es una afirmación absurda que ignora lo que es cada cosa. En la historia de la vanguardia musical, las subvenciones tienen una aportación ridícula, hay otras figuras, los encargos, el peso de las grandes editoriales, los festivales, los derechos de autor, los trabajos paralelos de los creadores en la docencia o la interpretación… Que alguien no sepa eso, es justificable, pero que lo afirme amenazadoramente y a continuación sea nombrado Director General de Cultura de una Comunidad Autónoma asusta y preocupa.

Un último apunte de política
El Partido Popular y el PSOE son hegemónicos en España. Mientras no cambien las cosas, ambos gobernarán en España alternativamente. Los que nos movemos solo en el campo de la cultura tenemos el derecho a esperar que ambos partidos no caigan en manos de extremistas y aventureros; así ha sido y se ha producido una continuidad de gestión razonable. Pero al ciudadano de a pie (contribuyente, empresario o maldito músico) le toca confiar en que habrá madurez y sensatez, más allá de las legítimas posiciones de cada cual.

Diabolizar una vulgar y simple subvención o condenar el papel del Estado nos alarma muy seriamente. No podemos esperar tranquilamente que cualquiera de los dos grandes partidos caigan en manos de votarates ideologizados que les vendan proyectos destructivos. De momento, Aragón tiene la palabra de respaldar u obviar las declaraciones de este señor, y los demás tomaremos nota cuidadosamente. Porque es un malísimo síntoma encontrar al zorro cuidando a las gallinas.

(Jorge Fernández Guerra, compositor, exdirector del desaparecido Centro para la Difusión de la Música Contemporánea y Premio Nacional de Música 2007)

La música contemporánea es el error expiatorio | Doce Notas: Música y danza.