Chuse Aragüés durante la presentación del libro Arredol. Metodo d’autoaprendizache de l’aragonés. Puri López
El editor y traductor Chuse Aragüés ha recibido el Premio Franja 2017, que otorga Iniciativa Cultural de la Franja -entidad impulsada por el Institut d’Estudis del Baix Cinca y la Associació Cultural del Matarranya- por la promoción y difusión de la literatura aragones en catalán dentro y fuera de Aragón. Muy conocido por su vinculación a la editorial Prames, Aragüés es el fundador de la editorial Gara d’Edizions, en la que publicó, entre otros trabajos, el Dizionario Aragonés-Castellano / Castellano-Aragonés.
-¿Como valora la concesión de del Premio franja 2017?
-Muy positivamente, y tengo que decir que me ha producido una gran ilusión, porque no lo esperaba. Me parecía impensable, especialmente porque mi aportación al catalán, aparte del cariño e identificación que tengo con esta lengua, no ha sido tan grande. En mi opinión, claro.
-¿Qué papel cree que han desempeñado entidades como el Institut d’Estudis del Baix Cinca o la Associació Cultural del Matarranya para la protección de una lengua propia de Aragón como es el catalán?
-Encomiable. Se trata de una labor extraordinaria, incansable, promoviendo actividades, publicando libros y la revista Temps de Franja, dando recitales y, especialmente, contagiando a los hablantes de catalán de su entusiasmo y haciendo ver la necesidad de que una lengua, que es la suya, siga siendo la de relación, pero también la de cultura.
-Usted nació en Azuara. No sé si el catalán y el aragonés son sus lenguas originales o las aprendió después.
-No, está claro. Yo en Azuara hablaba un castellano lleno de aragonesismos, aunque muchos estuvieran desfonetizados (ni más ni menos como en muchas zonas castellanoparlantes de Aragón), y que hoy todavía empleo en aragonés. Y el catalán fue una cosa que me interesó, como todas las lenguas del mundo. Lo conocí a través de la familia Godia-Montull, de Mequinenza, que eran vecinos de mis padres cuando yo tenía 10 u 11 años. En mi casa, cuando venían “los de Mequinenza” hablaban castellano, pero a menudo el catalán salía a relucir. Ellos me contagiaron el cariño a su lengua materna catalana. Y lo del aragonés era inevitable que surgiese por las propias raíces y la ridiculización que padecíamos los “pueblerinos” en la capital. Hoy, muchos años después, puedo y quiero decir que: quiero al castellano, estic enamorat del català y, amo profundamén a l’aragonés.
-Ha traducido al aragonés a Jesus Moncada. ¿Qué cree que ha representado este autor para la literatura aragonesa en catalán?
-Para mí es uno de los mejores escritores de Aragón de todo el siglo XX, independientemente de la lengua. Y para la lengua catalana, con toda seguridad, unos de los mejores –vamos a dejarlo ahí– de finales del siglo XX y principios del XXI. Además, creo que no ha sido desbancado, se sigue estudiando en los institutos y universidades y se continúan montando exposiciones de pintura y fotografía suya, etc…
-¿Qué llevó a Chuse Aragüés a crear la editorial Gara d’Edizions en 1993?
-Pues el amor por el aragonés y por la literatura. Yo siempre he vivido profesionalmente entre libros. En aquellos tiempos Gara d’Edizions se dedicaba a traducir clásicos y menos clásicos al aragonés, porque había muy poco escrito y publicado.
-¿Ha cumplido con sus objetivos Gara d’Edizions?
-Sí, creo que hemos cumplido objetivos y, por supuesto, también se han ampliado. Hemos creado la colección viceVersa, en la que hemos traducido libros escritos en aragonés y en catalán al castellano para el público que no se anima a leer en estas lenguas.
-¿Fue un acierto apostar por una editorial especializada?
-Fue especializada. Ahora es una editorial un poco más generalista. Fue un acierto en el sentido de la difusión del aragonés, que era para lo que se fundó.
-La edición del Borrador de un diccionario de voces aragonesas, de José Siesso de Bolea, fue una empresa con enorme dificultad, por ser un texto inédito. ¿Qué representó como aportación a la lexicografía en aragonés y castellano?
-Fue una aportación muy importante. El profesor José Luis Aliaga hizo una estupenda labor de transcripción y se adjuntaron los manuscritos en un CD. Eran voces aragonesas de principios de 1700 que Siesso elaboró como contribución al primer diccionario de la Real Academia Española, el Diccionario de Autoridades, y que permanecía inéditas casi cuatro siglos después. En la colección Ainas (herramientas) se han ido publicando estudios que contribuyen al conocimiento y la difusión del aragonés y en algún caso también del catalán. Eso forma parte de la diversificación de Gara d’Edizions.
-¿Sus traducciones al aragonés han ayudado a la significación de esta lengua?
-No tengo datos estadísticos, pero creo modestamente que algo habrán aportado. En estos momentos, el aragonés, por ejemplo, está presente en la Feria internacional del libro en Guadalajara de México, y eso ya sirve para que se visibilice y alguien sepa que existe. Lo que no se conoce no se ama.
-Hay personas, entidades y partidos políticos que niegan a las lenguas minoritarias de Aragón la dignidad que tienen como lengua, ¿por qué cree que no valoran lo propio?
-Deben tener algún sarampión, que dura demasiados años en esta democracia, y que les produce sarpullido y que les impide ver el aspecto humano y cultural que la Unesco ya declaró hace muchos, muchos años. Desgraciadamente, la globalización en sus aspectos negativos tiene que apuntarse que, de las 7.000 lenguas catalogadas en el mundo, a finales del siglo XXI se estima que más de la mitad habrán desaparecido y con ellas la mitad de la diversidad cultural y lingüística el planeta. Estamos preocupados, y debemos estarlo, por la desaparición de especies vegetales y animales; y por las lenguas y culturas ¿qué?
-No están lejanos los tiempos del Lapao y Lapapyp.
-Lo desafortunado de las denominaciones de Lapao y Lapapyp corresponde a un engendro de una ley de la legislatura anterior que nos hizo hacer “la risión” en todo el mundo. Era un intento eufemístico de no nombrar ni el catalán ni el aragonés para que ese sarampión que decía no fuera a más. ¿Pero qué le queda a una persona si le quitan el nombre? Pierde su identidad pero, lo que es más grave, pierde su dignidad. Por si alguien no lo sabe, que lo dudo, el catalán y el aragonés ya se hablaban en este territorio antes de configurarlo como reino. El castellano vino después, pues bienvenido sea. Somos una comunidad lingüística y cultural muy rica y variada. En Suiza se hablan cuatro lenguas, autóctonas todas, ¿a alguien se le ocurre pensar que por hablar alemán, francés, italiano o retorromanche no son suizos? Impensable, sería insultarlos.
-Sin embargo, a pesar de lo criticada que fue la Ley de Lenguas del Lapao y Lapapyp por quienes ahora están en el Gobierno, ésta todavía sigue vigente, ¿qué le parece?
-Me parece increíble. Creo que el problema de seguir con esa ley vigente es un problema meramente burocrático que obliga a mantener muchos aspectos de la ley anterior, pero al menos se nos ha reconocido el nombre. Tenemos identidad. En cualquier caso, hay que hacer una que sea efectiva y que llame a nuestras lenguas como las llama todo el mundo menos nuestros políticos. También tengo que decir que la dirección general de Política Lingüística ha sido un aldabonazo importe en esta legislatura para las lenguas en Aragón, multiplicando los materiales y recuperando programas de difusión desaparecidos, publicaciones, etc.
-¿A qué se tiene miedo?
Si el catalán de Aragón se llamara por ejemplo “Talacá” (y no quiero dar ideas) probablemente no habría miedo ni problema. Si los partidos no tuvieran metido en lo más profundo de sus esencias un miedo a las comunidades identitarias como contraposición al Estado, no habría temor a que las lenguas se desarrollaran con normalidad.
-¿A qué cree que se debe que en Aragón haya tanto interés por rechazar las lenguas propias?
A siglos de centralismo y patrioterismo perversamente entendidos. Y tal vez a cierto complejo de inferioridad que nos lleva a considerar que lo de fuera tiene un valor que le negamos a lo nuestro.