Article publicat avui a “La Comarca” d’Alcanyís
“Integrismo católico
José Miguel Gràcia*
Grandes nubes de nacional catolicismo integrista llegan a todos los rincones de España, empujadas por los vientos propagandísticos que surgen de los medios de comunicación y grupos de católicos ultras. La reacción ultramontana en defensa de la permanencia de los crucifijos en las escuelas es un acto poco democrático y de anulación de los derechos individuales de los escolares. ¿En unas escuelas laicas, públicas o concertadas, incluso si sólo se las considera aconfesionales, por qué hay que colocar signos e imágenes exclusivamente de una religión? Para respetar la libertad del niño en toda su integridad, habría que poner un muestrario de todas las religiones, de todas las formas de entender la espiritualidad, de los indiferentes, de los no religiosos, de los agnósticos, de los ateos…¡Teóricamente qué bonito, pero qué absurdo! Por lo tanto, dejemos las paredes limpias de ideologías y de religiones. Tiempo tendrán los niños y jóvenes cuando alcancen la mayoría de edad o tengan el suficiente criterio para inclinarse libremente, con las mínimas influencias posibles, hacia el credo religioso o hacia la ausencia de religiosidad según lo estimen oportuno. Lo que pasa, y de ahí la insistencia de que no se retiren los pocos crucifijos que quedan en las escuelas, es que un niño educado en un ambiente católico (familia y escuela) tiene infinitamente más probabilidades de ser oficialmente católico que musulmán. También es cierta la situación inversa. La libertad de elegir de los hijos no debiera estar influida por la idea de los padres respecto a que su religión es la verdadera. De lo contrario, podemos caer en el despropósito de: si mi religión es la verdadera, por qué he dar a mi hijo posibilidades de conocer las no lo son. Sería un riesgo, o en todo caso, una pérdida de tiempo.
No quiero pasar por alto una de las razones que dan los defensores del crucifijo en las escuelas cuando afirman que el Cristo crucificado es el símbolo de amor más grande que se puede dar, al haber dado la vida por todos los hombres: es la explicación del creyente. Para un no creyente y también para un niño, el ver un hombre crucificado y muerto en la cruz, con una corona de espinas, con una herida abierta en el pecho por una lanza, ensangrentado, vilipendiado, etc., etc., ¿no creen que puede producirle todo tipo de sentimientos menos amor? ¡Qué personas tan crueles, inhumanas e irracionales pudieron hacer eso! Un ejemplo del odio en estado puro. ¿Alguien soportaría tal solo un animal sacrificado en esas circunstancias? Ya sé que me dirán los católicos que es solo un símbolo, muy bien, pero solo para los cristianos, añado yo.
El pasado 27 de diciembre el Cardenal Rouco convirtió Madrid en la capital europea de la familia cristiana. Unos miles de católicos, menos de los esperados, cuarenta obispos y cardenales y una quincena de prelados y purpurados extranjeros asistieron a una misa en pleno paseo de la Castellana. El cardenal Rouco cargó contra el divorcio, el aborto y los matrimonios gays, entre otras cosas. Durante los gobiernos del Partido Popular, no se manifestaron ni una sola vez por las calles de Madrid. No seré yo quien niegue el derecho, a los allí reunidos, a manifestar públicamente sus ideas, no obstante quiero recordarles que tanto el divorcio como el aborto y el matrimonio entre homosexuales fueron aprobados, bajo determinados supuestos o circunstancias, por el Parlamento español. Ello me lleva a concluir que cuanto más aireen públicamente sus creencias, sobre todo si lo hacen en contra de las leyes vigentes, menos consideración pública tendremos los ciudadanos hacia las instituciones que representan y más expuestos estarán a la crítica de todos, como yo lo hago ahora.
Veamos algunas de sus contradicciones. No aceptan el derecho de una mujer a abortar de acuerdo con la ley, y tampoco admiten los anticonceptivos ni el preservativo. Tampoco aceptan este último como medida preventiva contra el SIDA. (Supongo que el lector conocerá las pintorescas explicaciones del por qué no es eficaz el preservativo en África, a tenor de unas declaraciones que hizo el Papa). No aceptan el divorcio por que el matrimonio católico es indisoluble, pero el Tribunal de la Rota puede declararlo, con un poco de tiempo y sobre todo dinero, no consumado, habiendo tenido un hijo, dos o los que fuere. Alientan las familias numerosas como un bien casi supremo —Dios proveerá dicen—, dictan las normas de un buen comportamiento familiar, y prohíben el matrimonio y tener hijos a todo aquel que ejerce el sacerdocio. Esto es lo que se llama un buen ejemplo. Rechazan las uniones, ahora matrimoniales, de los homosexuales y predican el amor y la caridad de los seres humanos. Hablan de la libertad y les gustaría imponer sus ideas. Predican la igualdad y prohíben a las mujeres ejercer el sacerdocio. Dicen estar con la democracia y tanto el Papa como cardenales, obispos, párrocos, etc., son elegidos sin ninguna intervención de los fieles. Para qué más.
Hubo un tiempo en que su reino estaba en la tierra y en el cielo, ahora que están perdiendo el de la tierra, deberían reflexionar por qué a tanta gente le importa tan poco el de su cielo.