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Category: Franja, Catalunya, País Valencià

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Source: Una microhistoria de la Guerra civil y de la postguerra – Ser Histórico

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Con estas palabras del escritor sudamericano Gabriel García Márquez inicia el libro de Encarnita Simoni Riba1, construido a partir de los recuerdos familiares de “los de la mulita roja”, originarios de Cretas, que tuvieron que escapar de esta localidad durante la Guerra civil española y refugiarse en Cataluña. Este hecho produjo la dispersión de los miembros de la familia además de la movilización de los hombres en el frente de guerra.

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Portada del libro de Encarnita Simoni “Los de la mulita roja“.

La autora, hija de estos protagonistas, reconstruye la historia de la familia de la casa Antolino (paterna) y de la casa Verdura (materna) a través de las fuentes orales, conversaciones informales, las memorias inéditas de dos miembros de la familia y las cartas y postales que se intercambiaron durante toda la guerra hasta el inicio de la postguerra. Además, utiliza una nutrida colección de fotografías que complementa el rico material y nos da una visión completa del conjunto.

Encarnita Simoni, ya conocida como pionera en el uso de las fuentes orales junto a Renato Simoni, con la investigación de la colectivización de Cretas durante la Guerra civil2, realiza una nueva aportación histórica. Con gran maestría nos presenta un aspecto de la dramática historia del siglo XX vivida por las dos familias de esta localidad, provincia de Teruel, comarca del Matarraña. Esta es la zona conocida como la Franja, unas comarcas de Aragón colindantes con Cataluña en donde se habla la lengua catalana, denominada también “chapurreau”. Una zona pobre económicamente, dónde sus habitantes vivían en los años treinta de la tierra y del ganado, campesinos en su mayoría.

Nos acercamos a sus experiencias a través de un conjunto de fuentes que tienen la característica de hacernos vivo el relato. Sobre todo es interesante y original el uso de las cartas manuscritas, guardadas celosamente por los padres sin mostrarlas a los hijos. Sólo después de la muerte de ellos se ha podido reconstruir la trágica historia familiar de estos años. Gracias a esta última fuente, en general poco utilizada por la historiografía, podemos observar la importante función que tuvieron para mantener los lazos afectivos, sobre todo de la pareja de protagonistas: el padre, Joaquín Riba Valls, movilizado en el frente de guerra y la madre, Encarnación Muñoz Llerda, refugiada en la ciudad de Martorell, con sus dos hijos pequeños, Joaquinet (6 años) y Tomás (3 años), su madre Filomena, sus dos hermanos menores, Ramón (17 años) y Antonia (13 años) y su cuñada Lucía con sus hijos Carmen (5 años) y Gregoriet (de meses).

La autora escoge mantener la grafía del documento original para preservar al máximo su autenticidad. A través de las cartas podemos averiguar en primer lugar las dificultades en el uso de la escritura por parte de la inmensa mayoría de adultos campesinos, hombres y mujeres, con un inevitable bajo nivel de instrucción. Recordemos que en los años treinta del siglo XX casi un 50% de la población era analfabeta, porcentaje más elevado en las zonas rurales. Sin embargo, a pesar de ello y del hecho que se usa en la comunicación el castellano, una lengua que no es la materna, resulta muy rico el relato en dónde se da la palabra a los protagonistas y son ellos los que nos explican los hechos y sus experiencias. Sabemos así de sus preocupaciones, de sus miedos, de las difíciles condiciones de la retaguardia y del frente, de sus afectos y de los esfuerzos por mantenerse vivos.

Los protagonistas son campesinos con tierras de propiedad y ganado y además con un negocio de carnicería por parte materna, hecho que no impedía que todos los hijos tuviesen que trabajar duro para que la familia pudiese sobrevivir. Los hijos varones de la casa Verdura, José, el mayor y Ramón, el menor, eran pastores. Encarnación, nuestra protagonista, trabajaba junto a la madre Filomena en la carnicería. El hermano mayor, José, explica en sus memorias inéditas su pasión por leer y estudiar aunque todo el día trabajase de pastor y solo pudiese acudir a la escuela nocturna. También su simpatía por los ideales anarquistas que se extendieron por Cretas y por todo el Bajo Aragón durante la República.

Por parte paterna, la familia había sido acomodada con propiedades y ganado pero se encontraba en franca decadencia. Joaquín, nuestro protagonista, se dedicaba a la tierra y al pastoreo en Cretas. Para buscar una vida mejor, la familia materna se instaló a finales de 1935 en Flix, provincia de Tarragona, dónde establecieron una carnicería. Durante la guerra, en febrero de 1937, decidieron volver a Cretas para evitar los bombardeos frecuentes en esta población catalana. La economía de Cretas había sido colectivizada y se incorporaron a ella sin la menor duda. Todos colaboraron en trabajos relacionados con el ganado, el pastoreo y la carne, aunque ahora el rebaño pertenecía a la colectividad.

A finales de marzo de 1938, las tropas franquistas, con el apoyo del Corpo Truppe Volontarie (CTV), la Aviación Legionaria italiana y la Legión Condor, avanzaron rápidamente por el Bajo Aragón. A principios de abril ocuparon Cretas. Muchos de sus habitantes abandonaron sus casas y, temiendo las represalias, se dirigieron a Cataluña. La familia Riba Muñoz decidió también huir de Cretas, aunque su único delito era haber sido miembros de la colectividad. En el momento de la huida el grupo era constituido por once miembros además de la mula roja, que sostenía a los niños en su camino y una cabra. Partieron caminando hacia Tortosa y de allí a Tarragona, Barcelona y finalmente llegaron a Martorell, donde se instalaron las mujeres, mientras los hombres fueron movilizados al frente. Un periplo lleno de peligros, puesto que en Tortosa se encontraron con los bombardeos en esta ciudad y con una gran cantidad de refugiados. Por ello continuaron su camino a pie por las montañas hasta llegar a Barcelona, dónde vivía un tío materno. Los bombardeos de la aviación italiana eran intensos también en la capital catalana durante el mes de marzo de 1938 y por ello decidieron ir a Martorell.

En esta ciudad de 6.000 habitantes, gracias a un amigo de Cretas, pudieron establecerse en una casa grande a partir de mayo de 1938, cedida por el Ayuntamiento, y trabajar en el campo. La situación bélica en España, con la ofensiva del ejército franquista, hizo de Cataluña un lugar de confluencia de casi un millón de refugiados, procedentes de Madrid, Andalucía, Extremadura y del Norte, especialmente3.

En la retaguardia, el pan y otros alimentos estaban racionados y el hambre será un tema constante en las cartas que se intercambian Encarnación y su marido Joaquín, en el frente. Los niños, incluida la hermana pequeña Antonia, fueron escolarizados. Antes de las clases podían ir al Auxili dónde desayunaban frugalmente. Ramón y Encarnación trabajaban todo el día en el campo y esta última iba cada quince días al Centro Obrero Aragonés de Barcelona donde recibía alimentos racionados, gracias a la posesión de una cartilla de refugiados de esta zona geográfica. En la retaguardia se pasaba hambre mientras que sorprendentemente en el frente existía una relativa abundancia. Por ese motivo, Joaquín conservaba comida para la familia esperando poder enviar un paquete con algún amigo de permiso o esperando hacerlo él mismo. Enviará también dinero ahorrado, gracias a las pagas recibidas como soldado y a los intercambios y venta de tabaco.

Encarnación, con veintisiete años, se convirtió en el eje de la familia en ausencia de los hombres adultos movilizados por la guerra. Ante la escasez de alimentos se tuvo que espabilar para poder conseguir algo de comer para los niños, siempre hambrientos. “Tus hijos siempre están comiendo y siempre tienen gana pues a mi me vuelven loca pues algún día me van a comer a mi y todo” (le dice Encarnación con cierto sentido del humor a Joaquín en una carta del 16.05.1938, p. 112). En otra ocasión habla de la subida de precios de los alimentos: “Aquí tenemos la comida muy escasa y todo está muy caro. La suerte que aún nos ayuda el gobierno pues nos dan 2 pesetas cada día por persona. No hay para nada pues 2 quilos de verdura ya nos cuestan 6 pesetas. Pero algo es algo y ya iremos pasando” (carta del 15.05.1938, p. 112).

Los desplazamientos que hace Encarnación desde Martorell para la búsqueda de comida los realiza con el trasporte público, normalmente el tren, pero también en alguna ocasión en camiones, carros y a pie. A veces la acompañaba algún miembro de la familia, la hermana Antonia o el hijo Joaquinet. Las mujeres refuerzan su papel durante la guerra, como hace nuestra protagonista, sosteniendo ella sola la familia y resolviendo los miles de problemas que deben afrontar diariamente. Aumenta con ello su responsabilidad en la toma de decisiones. Mary Nash explicaba ya en un libro precursor la importante contribución femenina en la contienda4. Encarnación tuvo que tomar la decisión de matar la cabra y se lo explica así al marido: “Sabrás que cuando llegamos aquí (Martorell) matamos la cabra pues no teníamos nada para comer y ellos nos dieron 40 duros entre todos” (carta 15.05.1938, p. 112).

La familia sufrió los bombardeos que hizo la Legión Cóndor en enero de 1939 en Martorell, los últimos días de la guerra. La aviación alemana atacó el centro histórico de la ciudad, provocando el terror en la población. Murieron 17 personas y fueron destruidos unos 30 edificios. El trabajo de V. Hurtado, A. Segura y J. Villarroya aporta datos decisivos sobre las victimas civiles de los bombardeos fascistas en Cataluña5. El ejército republicano voló los puentes para retardar la entrada de los nacionales en esta ciudad y dar tiempo a escapar hacia la frontera francesa. Con la ocupación franquista, Joaquín, se escondió unos días, y después hizo aparición en Martorell vestido de paisano. Se presentó al ejército nacional para tener un certificado y poder regresar a Aragón. De esta forma, la pareja y el hijo mayor Joaquinet, regresaron a Cretas el 2 de febrero de 1939. Al volver al pueblo, Encarnación recuerda que “no teníamos ni cinco, estábamos en plena miseria” (p. 160).

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Avión de la Legión Condor. Fuente: Wikimedia

El viaje lo hicieron en un tren de carga y en uno de los militares. Al llegar a Cretas, los esperaba un familiar que los llevó directamente al cuartel y allí les acusaron de ser “rojos”. Fueron encarcelados, mientras el niño, que ya tenía 7 años, se fue solo a casa del abuelo. Después de unos días, Joaquín fue enviado al campo de concentración de Zaragoza, en San Juan de Mozarrifar, mientras que Encarnación fue liberada porque nadie la había denunciado. Pudo volver a Martorell en busca del resto de la familia. Regresó con el hijo pequeño Tomás, Antonia y la cuñada Lucía con sus dos hijos. El resto de la familia se fue para Flix, dónde el abuelo materno tenía la vivienda.

Para sobrevivir Encarnación trabajaba en el campo. Los hombres, que habían luchado en el bando republicano, estuvieron todos detenidos en campos de concentración. Joaquín estuvo tres meses en Zaragoza; Gregorio, su hermano y marido de Lucía, estuvo encerrado en Bilbao; mientras que José, hermano de Encarnación, estuvo en Segovia. Los importantes trabajos de Javier Rodrigo aclaran el dramático trato que sufrieron muchos combatientes republicanos6. Los tres esperaban los informes del Ayuntamiento que declarasen su buena conducta. También en este caso las mujeres jugaron un papel esencial tanto en la búsqueda de los avales para facilitar su liberación, como en el sustento de la familia a su cargo. En las cartas continuaron dándose ánimos y explicando cual era la situación general. Los niños pudieron volver a la escuela e iban a comer en casa de otro familiar al estar la madre trabajando.

Como sucedió en otros pueblos, los falangistas humillaron y castigaron a las mujeres consideradas “rojas”. En Cretas no les cortaron el pelo, como hicieron en otros lugares según el revelador libro de Enrique González Duro, pero les hicieron barrer las calles7. Encarnación tuvo que hacerlo y recuerda que iba “llorando todo el camino”. Lo hacían a turno. Una vecina la consoló: “¡No llores que los que nos mandan hacer esto aún disfrutarán más!” (p. 175). El ambiente en el pueblo era muy tenso. Cuando volvieron los hombres tuvieron que buscar trabajo. No era fácil para los “rojos”. Gregorio lo encontró en la vía, pero Joaquín prefirió trabajar la tierra y se fueron a vivir fuera del pueblo en la masía de Fontclara, propiedad de la familia Riba, en dónde estuvieron tres años. Ambos deseaban escapar del ambiente del pueblo. Joaquín “se sentía avergonzado por encontrarse en el campo de los vencidos y por haber estado recluido” (p. 176). También Encarnación estaba dolida por la humillación recibida. Durante este tiempo, dice ella, “siempre estuve escondida y no fui a ningún lado” (p. 176). Vivieron prácticamente aislados a unos 4 km de Cretas.

El abuelo, padre de Encarnación, murió de una pulmonía el día primero del año 1941, tenía 57 años. La yaya Filomena se fue a vivir con ellos algunas temporadas en la masía. Los niños gozaban de los cuentos que ella les explicaba. Les abría un mundo mucho más grande que el del pueblo. “En aquellos días sin luz ella me abrió la ventana de la fantasía –recuerda Tomás, el nieto pequeño- y también del mundo exterior” (p. 187).

La realidad era muy dura: hambre y miseria. Pero poco a poco iniciaron a trabajar todos los hermanos de Encarnación: José se empleó como secretario del Sindicato Agrícola de Flix, Ramón en la Fábrica Electroquímica y Antonia cuidando niños y ayudando en un bar. En esta situación más estable económicamente, pudieron plantearse afrontar las deudas del padre anteriores a la guerra. “Cuando acabé de pagar, tuve la satisfacción de haber rehabilitado el nombre de nuestro padre –explica José, el hijo mayor- y que nosotros podíamos ir por aquel pueblo (Cretas) sin bajar la cabeza, aunque al regresar a Flix lo hiciera sin un céntimo” (p. 191).

El libro es una excelente investigación microhistórica, la de la familia Riba Muñoz, a través de tres generaciones, realizada con una cuidadosa metodología. Gracias a ella podemos ir del caso particular al general, al incluir unos cuadros históricos, subrayados con un color diverso, en dónde podemos enmarcar los acontecimientos que vienen recordados por la familia. Nadie como Encarnita Simoni Riba podía hacer un mejor y sentido relato de esta familia, la suya. Consigue, como ya había hecho Ronald Fraser8, objetivar la historia particular para hacerla universal. Un trabajo conmovedor que nos ayuda a entender mejor las fracturas entre el bando vencedor y el vencido, enfrentados en la postguerra en un pueblo dónde todos se conocen y nada se puede esconder, especialmente uno de los objetivos de los franquistas: la humillación y el sometimiento de los vencidos.

Eulàlia Vega

Notas

1 Encarnita Simoni Riba, “Los de la mulita roja”. El periplo de una familia durante la Guerra Civil española a través de sus cartas, Alcañiz, Centro de Estudios Bajoaragoneses, 2016.
2 Encarnita y Renato Simoni, Cretas. Autogestione nella Spagna republicana (1936-1938), Lugano, La Baronata, 2005 (traducción catalana “Queretes. La col.lectivització d’un poble aragonés durant la Guerra civil (1936-1938), Calaceit, ASCUMA, 2013.
3 El tema ha sido tratado extensamente por Joan Serrallonga, en Refugiats i desplaçats dins la Catalunya en guerra (1936-1939), Barcelona, Editorial Base, 2004.
4 Mary Nash, Rojas. Mujeres republicanas en la Guerra civil española, Madrid, Taurus, 1999.
5 V. Hurtado, A. Segura, J. Villarroya, Atles de la Guerra Civil a Catalunya, Barcelona, DAU, 2012.
6 Javier Rodrigo, Cautivos: campos de concentración en la España franquista, 1936-1947, Barcelona, Crítica, 2005 y Los campos de concentración franquistas: entre la historia y la memoria, Madrid, Siete Mares, 2003.
7 Enrique González Duro, Las rapadas. El franquismo contra la mujer, Madrid, siglo XXI, 2012.
8 Ronald Fraser, En busca de un pasado. La mansión, Amnersfied, 1933-1945, Valencia, Institución Alfons el Magnànim, 1987.

Este artículo se basa en el publicado por la misma Eulàlia Vega en “Spagna contemporanea” (n. 53, 2018, pp. 244-248).

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