Decenas de familias campesinas del Maestrazgo y el Matarranya emprendieron durante la primera mitad del siglo XX un largo camino en busca de su tierra prometida sin salir de Aragón, concretamente en la Litera, una comarca que gracias a su pujante agricultura ofrecía las posibilidades de una vida digna que no tenían en sus pueblos de origen. Son conocidos hoy como «teruelinos» y se les considera un ejemplo de trabajo, austeridad y ganas de progresar.
Subidos en carros en los que cargaron todas sus pertenencias, padres, hijos y abuelos se marcharon en la segunda década del siglo XX desde Cantavieja, Mirambel, Villarluengo, Mas de las Matas, Molinos o La Iglesuela del Cid para recalar, después de tres o cuatro días de caminata, en Binéfar, principalmente. Fue la primera oleada de emigrantes turolenses asentada en tierras literanas. La investigadora Silvia Isábal, descendiente de «teruelinos», recoge aquella peripecia migratoria en un reportaje publicado en la web laliterainformación.com.
Entre los motivos que propiciaron la partida, destacan las precarias condiciones de vida de los masoveros turolenses –que, en algunos casos, eran solo aparceros–, las informaciones recibidas de conocidos y familiares sobre las buenas expectativas en el destino y también la construcción del pantano de Santolea. Víctor Blasco, hijo de «teruelinos» –su padre partió de Las Parras de Castellote con 3 años–, explica que sus abuelos paternos se embarcaron con sus siete hijos en la aventura migratoria empujados por el pantano de Santolea, que inundó sus fincas. «Cargaron en un carro sus pocos muebles, las sartenes, las ollas y todo lo que les cabía», recuerda Blasco. El desencadenante de la partida fue un familiar suyo que había llegado a Binéfar desde Las Planas de Castellote cuatro años antes y que les avisó de que allí «había tierras de regadío y medios para ganarse bien la vida».
La integración en el lugar de destino fue difícil, porque los depauperados inmigrantes turolenses «parecían grupos de nómadas» al llegar a Binéfar. Con el importe de las indemnizaciones del pantano compraron tierras y se instalaron como agricultores y ganaderos. «Estaban acostumbrados a trabajar duro y salieron adelante», recuerda Víctor Blasco, que cambió el oficio de sus padres y abuelos por el de panadero y pastelero.
A aquel primer contingente, que empezó a llegar en 1916, seguiría unas décadas después otra oleada que tuvo su origen en localidades del Matarraña como Fuentespalda, Peñarroya de Tastavins, Ráfales, Monroyo, Valderrobres y La Cerollera –esta también catalanoparlante, pero del Bajo Aragón–. Su destino se repartió entre Albelda, Altorricón y Tamarite.
Santiago Torres Angosto, hijo de «teruelina», recuerda que su madre, Engracia Angosto –tenía 2 años al partir–, y sus abuelos «tuvieron que emigrar por la pobreza». Partían de una masía de Fuentespalda que no daba para mantener a una familia. Cargaron todas las pertenencias en un camión y se subieron también la madre y los niños, mientras que el padre tomó las riendas del mulo de la masía y emprendió un viaje a pie de 190 kilómetros que duró cuatro días hasta llegar a Albelda.
Engracia recuerda que el cargamento del camión de mudanzas incluía «un cerdo pequeño» destinado a proporcionar alimento a la familia tras engordar en el lugar de destino. Explica que las expectativas de progreso llegaron a oídos de sus padres gracias a un familiar de La Cerollera que ya estaba asentado en Albelda desde 1946 y que hizo de avanzadilla para la emigración del Matarraña. «Uno se lo contaba a otro y así se marchaban todos a la Litera», rememora.
José Manuel Pallarés, propietario de Carn Nature, una empresa agropecuaria de Albelda con 52 trabajadores, es hijo de una pareja llegada del alto Matarraña en 1952. Su padre era de Fuentespalda y su madre, de Monroyo. Llegaron a Albelda «con una mano delante y otra detrás». El progenitor de José Manuel tardó cuatro días en hacer el viaje andando y tirando de las riendas de un burro, mientras que el resto de la familia se adelantó en un camión cargado con muebles y utensilios del hogar.
Al llegar a su meta, compraron 2,5 hectáreas de regadío gracias a las «buenas condiciones» de compra que les ofrecieron y salieron adelante porque, como todos los «teruelinos», eran «muy honrados y trabajadores», asegura Pallarés. El empresario cifra en 80 las familias del Matarraña que se trasladaron a la Litera. Según sus informaciones, el pistoletazo de salida lo dio un vecino de Albelda que hizo la mili como minero en La Cerollera y difundió una imagen de su lugar de origen como «una tierra prometida en la que, trabajando, se podía ganar dinero». El boca a boca hizo el resto.