En la localidad gerundense de Salt, Carles Bonet y Joana Martínez, concejales de la lista Plataforma per Catalunya, un partido ultraderechista caracterizado por un demagógico discurso contra la inmigración, han abandonado este grupo político, que consiguió en las últimas municipales un éxito notable en numerosos municipios catalanes. La noticia no tendría mayor interés de no ser por las razones «éticas de conciencia y moral» esgrimidas por estos tempranos tránsfugas. Bonet es homosexual y tiene un novio dominicano, que incluso iba en la misma lista que su compañero. Martínez tiene una pareja de raza negra. Estas circunstancias, que uno quiere creer que no tendrían la menor importancia en otros partidos, fueron concluyentes para la ruptura. Y uno se pregunta qué narices hacían estos dos personajes integrando las listas de una formación homófoba y xenófoba, en la que tenían menos futuro que un rabino en un desfile nazi.
En un municipio de Cantabria, otro concejal también ha renunciado a su acta, que venía ocupando desde hace casi tres décadas. La razón no deja de tener su gracia: acababa de ser nombrado responsable de Medio Ambiente después de que hace cinco años fuera condenado por un delito de incendio forestal del que se declaró culpable. En Manises tuvo sus quince minutos de gloria la delegada del área de Bienestar Social y teniente de alcalde tras abandonar precipitadamente un pleno municipal con el sólido argumento de que tenía que coger un autobús a Madrid para participar como público en el programa «Sálvame Deluxe». Otro caso: la presidenta de Aragón ha nombrado Director General de Cultura a Humberto Vadillo, sujeto que se ha caracterizado por sus contundentes opiniones contrarias a la intervención pública en la cultura, adornadas en numerosas intervenciones con la consabida retahíla sobre titiriteros y despilfarradores artistas de la ceja. Y, para no alargarme, el equipo de gobierno de Bélmez ha consignado alrededor de un millón de euros para el Centro de interpretación de las caras de Bélmez, pomposa denominación que esconde la intervención en una casa en la que, oh milagro, se aparecían rostros por las paredes.
Como en el poema de José Agustín Goytisolo que popularizó Paco Ibáñez, el país se desliza en un movimiento uniformemente acelerado hacia el mundo al revés en el que el lobito bueno es maltratado por todos los corderos y convivimos con abundantes príncipes malos, extraordinarios ejemplares de brujas hermosas y algún que otro pirata honrado. Con la inocencia de la dulce decadencia, hemos puesto a los lobos a guardar a las ovejas. Y mientras la cabaña ovina sigue masticando con indolencia los últimos restos de pasto, los auténticos lobos avanzan por las cañadas.