La Franja

Vadillo: article d’Adolfo Ayuso

Adolfo Ayuso Roy

De viaje por Castilla la Vieja me he enterado de la polémica ocasionada por el nombramiento del señor Humberto Vadillo como director general de Cultura del nuevo Gobierno de Aragón. Al regresar a casa y ver que la polémica iba en aumento he tenido que enterarme de quién era este señor Vadillo. Primera cosa: mala cosa no estar enterado de quién era. Mi primer contacto con el mundo de la cultura se produjo sobre 1973 y más o menos he permanecido atento a las diversas figuras, personas y asociaciones que por ella han transitado y transitan. De todos los pelajes y de todas las condiciones. Pronto he podido remediar mi ignorancia, las redes sociales facilitan mucho la labor. Sin apenas perder tiempo he podido consultar escritos e incluso entrevistas del señor Vadillo. Y mi primera reacción no ha sido de “indignación” sino de perplejidad.

Me ha hecho pensar. Vengo de admirar la escultura de la Magdalena de Pedro Mena en el Museo Nacional de Escultura policromada del Colegio de San Gregorio Valladolid. La he rodeado con persistencia, he devorado la belleza que escapaba de su cara, de la curvatura de su cuerpo que se inclina ligeramente ante un crucifijo que sostiene en su brazo izquierdo. También he admirado cientos de esculturas de arte religioso que la rodeaban en aquel museo. Si siguiera al pie de la letra los pensamientos del señor Vadillo yo, como integrante del mundo de la cultura, tendría más de un noventa por ciento de posibilidades de ser de izquierdas y como tal no debiera percibir tal belleza. Mis manos debieran encender una antorcha y quemar ese trozo de madera que mueve a la adoración cristiana. Tendría que poner en su lugar un póster del Guernica de Picasso. El señor Vadillo parece incapaz de sentir la belleza, la fuerza del arte, sin antes preguntar si esa pieza (escultórica, literaria, musical o teatral) es de izquierdas o de derechas. Si ha sido subvencionada por el Estado o no. Parece olvidar que la mayoría de esas piezas fueron “subvencionadas” por la monarquía, la nobleza o la Iglesia, entidades que formaban parte del Estado, aunque ese Estado tuviera notables diferencias con el Estado actual. Entre otras cosas esas figuras no necesitaban pasar por las urnas de la democracia y ejercían el derecho de pernada porque sí.

Mal asunto que un partido que presume de serio sea capaz a las primeras de cambio de meter la pata (¿o la pernada?) de una forma tan zafia. Mal asunto que la señora Consejera de Educación y Cultura o, en su defecto, la señora Presidenta tengan que mancharse las manos y reconocer un flagrante error. Tendrán sus dudas de si es pertinente o no hacerlo. El señor Vadillo debiera hacerles un favor. Quizá le quede al señor Vadillo una pizca de caballerosidad y elegancia y, tras consultar con la almohada, les presente rodilla en tierra su dimisión. Hágales, señor Vadillo, ese regalo. No lo haga por sus opiniones sobre la lengua o sobre la música contemporánea, opiniones a las que tiene todo el derecho de tenerlas. Hágalo por lo que es más importante. No puede ser que una persona que en junio machaca la capacidad del Estado para gestionar una parte de la cultura sea, en julio, la persona designada para gestionarla en esta Comunidad Autónoma. Y que acepte. Eso no lo entiende ni Dios. Ni quizá usted mismo. No quiera brillar más allá de lo que su capacidad le permite. La caída será dolorosa y rodeada de befa y escarnio. Quede como un señor y reintégrese a sus periódicos digitales. Siga desde allí jaleando lo que quiera jalear. Sea libre y liberal. Cotícese y no se descalabre, seguro que dentro de poco le ofrecerán otro puesto más acorde con su valer y con sus valores.

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