La Franja

Calma expectante y cierto temor en el Matarraña ante el referéndum del domingo de sus vecinos catalanes – Diario de Teruel

Origen: Calma expectante y cierto temor en el Matarraña ante el referéndum del domingo de sus vecinos catalanes – Diario de Teruel

Miércoles, 26 de septiembre. Josep María Salsench, alcalde de Calaceite, responde a una comunicación de la subdelegación del Gobierno en Teruel en la que se le informa de una convocatoria de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Danaes) en todos los ayuntamientos de la provincia -la convocatoria es de ámbito estatal- para este sábado a las 12 del mediodía. La organización llama a la “España silenciosa” a concentrarse contra el referéndum del 1 de octubre a las puertas de todos los ayuntamientos. Salsench, alcalde por el Partido Popular (PP) por segundo mandato consecutivo, redacta una respuesta en la que manifiesta que la concentración, si se realiza en su pueblo, es “inoportuna e inapropiada”. Su informe no será vinculante.

Calaceite, 1.050 habitantes poco más o menos, es el último pueblo de la provincia de Teruel antes de llegar al límite con Cataluña si uno sigue el eje de la carretera nacional 420. Es la misma carretera en la que estos días puede verse un trasiego de tractores que, cargados de uva o de almendra, van y vienen del Matarraña a la Terra Alta, y viceversa,  cruzando una y otra vez el río Algars, que hace de frontera natural entre Aragón y Cataluña.

Esos kilómetros que separan Calaceite del límite provincial y autonómico se los conocen al dedillo algunos vecinos de Caseres (primer pueblo tarraconense de la N-420). Madres y padres jóvenes llevan a primera hora de la mañana a sus hijos a la guardería de Calaceite, mientras otros suben a repostar a la gasolinera de las afueras o acuden a comprar el periódico a la tienda de la plaza de España, la que regenta Gustavo, que trae El Mundo, El País o El Periódico, pero  también el Ara, El Punt Avui o el Diari Ebre. Son periódicos que se venden todos los días, o bien a los vecinos del otro lado del Algars o entre los propios residentes.

Al alcalde de Calaceite, hombre sosegado y prudente, se le nota disgustado. No lo puede disimular ni digerir. No esperaba recibir el miércoles una notificación comunicándole la convocatoria de una concentración la víspera del 1 de octubre en su pueblo, un municipio donde hay matrimonios mixtos formados por vecinos de Calaceite y de los pueblos catalanes de la Terra Alta, una localidad turística que se llena de visitantes catalanes cada puente y fin de semana, donde los agricultores de la parte catalana acuden a vender la almendra o la uva a los compradores locales, donde parte del vecindario  son catalanes jubilados que han elegido un retiro tranquilo en Calaceite y donde la mayor parte de las casas vacías se ocupan en verano y fines de semana por los hijos de los calaceitanos que un día emigraron a Cataluña. Calaceite ha perdido el 50% de la población en 60 años. La mayoría están al otro lado de la frontera.

“La gente aquí está tranquila, está recogiendo las almendras; esta concentración ahora mismo es totalmente inoportuna e inapropiada. Tenemos relaciones comerciales con la Terra Alta, tenemos vínculos familiares muy estrechos con los pueblos vecinos y aquí el referéndum no nos afecta de ninguna manera, así que, si la cosa está tranquila, para qué menearla, se pregunta Salsench

La convivencia es “estupenda” en el pueblo, asegura el alcalde. Siempre, claro está, que nada lo perturbe. Este es el primer pueblo en el que se implantó la enseñanza del catalán en la escuela, a principios de los años 80. Aquí tiene su sede la Associació Cultural del Matarranya, una entidad que promueve y defiende la cultura y la lengua propias y también aquí hay tres peñas futboleras: del FC Barcelona, del Real Madrid y del Real Zaragoza. Sólo hay que preguntar en la calle para saber lo aragoneses que se sienten los calaceitanos, pero el libro de fiestas se escribe en catalán y castellano, y el alcalde lee el pregón en los dos idiomas. Es una situación normalizada y asumida desde hace tiempo.

El referéndum del 1 de octubre empaña esa paz de manera relativa, no por los debates que haya generado entre el vecindario, sino por todo lo contrario, por el silencio que ha impuesto en un pueblo con tanto vecino con vínculos en Cataluña. En general, “hay pocos comentarios sobre el asunto, y los que menos hablan son los catalanes”, reconoce Gustavo desde detrás del mostrador de ‘Lo rebost’. El tendero reflexiona: “quizá sea por el rechazo que puede generar su opinión aquí”, porque “la gente del pueblo sí que dice que ya está cansada de tanto romance”. De todas formas, si el tema tabú sale a colación entre personas “de confianza”, cuenta el tendero, lo que hay son comentarios jocosos del tipo ‘a ver si dentro de unos días nos encontraremos con una frontera ahí abajo’.

El miércoles es día de mercado en Calaceite. A primera hora de la mañana aún hay poca gente comprando entre los puestos de frutas y verduras, y los que hay parecen poco dados a tratar el tema. La gente, de repente, tiene una prisa por irse… Finalmente, Pilar se lanza: “estàn tarats” (están locos), opina, mientras se confiesa “cansada de oir siempre lo mismo”. Y añade que “hasta los catalanes que están aquí nos dicen que todo ésto es para que no veamos los problemas que hay de fondo”. En ese momento una mujer se para, escucha la última frase e intuye enseguida el tema de conversación. Es Asunción, que acusa al “único responsable” de esta situación de tensión: “Puigdemont” y que augura que “ésto no acabará bien”. También dice estar “cansada de siempre lo mismo”.

En esa misma plaza está el verdulero de Xerta, un hombre joven con el que Diario de Teruel habló hace tres años durante la realización de un reportaje previo al 9 de noviembre. Entonces, este autónomo que se gana la vida vendiendo verdura entre Aragón, Cataluña y Castellón pedía que le dejaran trabajar y sacar adelante a su familia. Este miércoles no quiso hablar. Mutis.

Caseres y Batea

A seis kilómetros de Calaceite, al otro lado del río Algars, Caseres. 250 habitantes, según su alcalde, Manel Palau González, cabeza visible de la única lista que se presentó en el pueblo en los comicios de 2015 bajo el nombre Tots Som Caseres, una candidatura, insiste el regidor, “independiente”, a la que se añadió la coletilla AM (Acord Municipal) para dar apoyo en la comarca y en la diputación a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) a cambio de recibir más voz en ambas instituciones. En compensación, un concejal del pueblo es consejero de la Terra Alta.

El alcalde de Caseres defiende la “transversalidad” de la candidatura que encabezó, con “gente de izquierdas, de derechas y de centro”. Por eso fue la única que se presentó para las municipales en un pueblo donde las generales de 2016 las ganó el PP.

En la casa consistorial no hay ni una bandera colgada de la fachada, ni siquiera la catalana, que sí está, en cambio, en un extremo del salón de plenos. Al otro lado, el retrato del presidente de la Generalitat, pero Palau pide que la fotografía de la entrevista  no se realice con este fondo.

La heterogeneidad de la candidatura única de Caseres se nota en la calle. El pueblo está solitario por la mañana. Sólo se escuchan las conversaciones que llevan los niños que han salido al patio de la escuela y la sintonía de Catalunya Radio que sale de una ventana abierta. En el Casal municipal, se está viendo La 1 de Televisión Española.

En algunas fachadas hay esteladas colgando de los balcones y propaganda favorable al ‘sí’ para el referéndum de este domingo. Pero el farmacéutico, Francisco Villanueva, dice que las banderas independentistas llevan “más de cuatro años colgadas en el mismo sitio”. En Caseres, explica, hay “independentistas, españolistas y otros más bien moderados, y lo que hay es mucha tranquilidad”, cuenta el boticario. ¿Crispación por el 1 de octubre? “Somos cuatro gatos y aquí hay una convivencia normal”.

Del Casal municipal de Caseres salen unos obreros de almorzar. Dentro sólo queda Arturo, que se define “neutral”. Barcelonés de nacimiento, hace 20 años que aterrizó en el pueblo del que procedía su familia.

El procés ha dividido. Arturo mismo y su mujer están ideológicamente en las antípodas con respecto a la independencia catalana. Él no lo es, pero ella sí. “Nos respetamos mutuamente, qué vas a hacer”, se resigna este carpintero que ahora sustituye al alguacil mientras está de vacaciones. Eso sí, “estamos todos a la expectativa de ver qué ocurrirá el domingo”. No serán los únicos.

A unos 20 kilómetros por la misma carretera y después de torcer a la izquierda, Batea, un pueblo que linda con Calaceite y Nonaspe (Zaragoza) y que este verano hizo famoso su alcalde, Joaquím Paladella, por decir que quería que fuera aragonés para contrarrestar el “maltrato” al que lo tiene sometido la Generalitat.

Del Matarraña a la Terra Alta  el paisaje está plagado de almendros, olivos y de un parque eólico que deja miles de euros en los ayuntamientos. Precisamente uno de los conflictos que motivaron la propuesta rocambolesca del alcalde de Batea tiene que ver con una modificación de los lindes del término municipal en beneficio de la vecina Gandesa, lo que se traduce en 40.000 euros de ingresos por los molinos que dejaría de percibir Batea.

Uno se da cuenta del debate independentista incluso antes de entrar en el pueblo. En la rotonda de acceso al pueblo, una bandera española ondea en lo alto de un poste dando la bienvenida a los que llegan desde Gandesa. Al otro lado de la rotonda, una enorme estelada (bandera independentista) -mucho más grande que la del otro lado- recibe a los que llegan de la zona aragonesa.

Los vecinos de Batea se definen como tranquilos y moderados, aunque los resultados de las últimas elecciones generales hablan de un pueblo que apoya dos polos contrapuestos. En junio de 2016, entre PP y ERC se repartieron el 46% de los votos  emitidos. En las municipales, resiste en la alcaldía desde 1991 una agrupación municipalista (Agrupació per la Terra Alta) vinculada al Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC).

Aquí no hay mucha parafernalia patriótica, salvo las dos banderas de la entrada, alguna estelada colocada en huertos de las afueras o en alguna fachada. Junto a la propaganda a favor del referéndum que aparece en las farolas o en una pancarta situada en el centro de la plaza -dándole la bienvenida a la nueva República- lo más destacable son las banderas españolas que asoman en algunos balcones y también las señeras de toda la vida que no se sabe muy bien si se contraponen a las españolistas o a las independentistas.

En la plaza de Batea, más mutismo. Un grupo de ancianos toma el sol. A la pregunta sobre el uno de octubre y la independencia uno contesta: “esto es cosa de los jóvenes” y otro espeta: “yo que quieres que te diga, si tengo a una hija, la única que tengo, casada en Maella (Zaragoza)”. El resto, callados. Ya se sabe, a veces, mejor hacerse el sordo.

Un poco más adelante, un hombre solo, José, reclama opinar. Es mucho menos contenido que los anteriores. Catalán de Barcelona y exparacaidista del ejército. Anuncia que este domingo “no pienso salir de casa” y en ésto llama la atención de otro transeúnte, José María, un jubilado de rostro apacible, que con una barra de pan bajo el brazo y una sonrisa campechana se acerca ante la llamada del amigo. Pero José María sí que quiere votar, aunque dice que no lo tiene claro del todo. Debate con el primero y después puntualiza que éste es un “pueblo tranquilo, con muy poco fanático, donde la gente se dedica a trabajar y pasa bastante del tema”.

Valderrobres

Y de Batea, de nuevo al Matarraña, a Valderrobres. El referéndum genera aquí el mismo rechazo y hartazgo que en Calaceite, porque como decían Cinta, Carlos y Pilar, “no ves otra cosa por la tele. El trío, que pasea por el puente de piedra, reconoce que ninguno de ellos son nacidos aquí, aunque residan en Valderrobres desde hace décadas. Cinta es de Arnes (Tarragona), Pilar de Zorita del Maestrazgo (Castellón) y Carlos nació hace ocho décadas también en Cataluña. Lo que les preocupan los hijos y nietos, que viven en Cataluña y que “están nerviosos, porque les llegan comunicados del colegio que resultan un dilema, porque si no los firmas ya estás señalado, y porque todos los vecinos piensan igual y han de callar”, se lamenta Pilar, que añade: “si se pudieran ir, saldrían ya cuanto antes”.

Cinta, que es oriunda de la vecina Arnes reconoce que el pueblo en el que nació es ahora plenamente independentista. “Si mi padre levantara la cabeza”, dice con una media sonrisa, “con lo de derechas que era, y con los cinco hijos que levantó inculcándoles la religión, ahora se volvería loco”.

Periodista – @mstimoneda

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