Capital centralista, Estado descentralizado
(Article publicat avui al Diario de Teruel)
“José Miguel Gràcia*
Me refiero a España y a su capital Madrid. A través de la Constitución del año 1978 nos dimos un país descentralizado denominado Estado de las autonomías —unas de ellas mediante el artículo 151 (Cataluña, País Vasco, Galicia i Andalucía) i el resto por el artículo 143. El resultado político final, llámense regiones, nacionalidades o naciones según algún estatuto reformado reclama, se aproxima tanto a un Estado Federal, que podríamos decir que solo le falta el nombre. No fue mal camino el emprendido, si lo juzgamos por los resultados económicos de nuestro país o por la creciente aceptación y adhesión inquebrantable de cualquier parte de España hacia el sistema autonómico que establecimos.
El traspaso de competencias produjo los correspondientes traspasos de funcionarios directos que a tales competencias correspondían. Ahora bien, las estructuras ministeriales, la mayoría de ellas en Madrid, quedaron prácticamente intactas, al mismo tiempo que se creaban las equivalentes en las diferentes autonomías. Con el paso del tiempo y hasta el día de hoy, pocos avances se han producido al respecto: siguen las mismas estructuras ministeriales, aferradas en mantener el poder que realmente se fue a las autonomías. Ministros y ministerios que deberían ser meros coordinadores, actúan como si lo fueran de nuestra vecina Francia, país centralista por excelencia. La estructura de poder político y funcionarial conlleva una serie de compañeros de viaje: entes públicos, entidades autónomas e incluso privadas que se justifican por estar al lado del poder. Y el poder político los necesita a ellos para engrandecer su entorno y arroparse. El resultado del conjunto es el mantenimiento de pesadas estructuras, tan costosas como innecesarias, propias de un estado centralista.
El Senado que debiera haberse transformada en la cámara de las autonomías, se ha quedado anclado en sus orígenes, destino de políticos que han dejado de importar a sus partidos, con honrosas excepciones: un órgano de escasa representación y prácticamente sin ninguna utilidad real, eso sí, ostentando la vacua responsabilidad de Cámara de segunda lectura de la leyes. Cámara de entorpecimiento de las leyes, habría que llamarla. Y luego dirán que la Constitución está bien como está y no necesita ningún cambio…
No es poco todo lo que he dicho, no obstante, queda lo más negativo por relatar de ese Madrid centralista. Iré directamente al tema. La capital del Reino se ha convertido en la central de la administración de la ideología uniformadora, o al menos así quiere serlo, de un país diverso en el campo cultural y lingüístico, geográficamente diferente y más complejo de lo que a primera vista parece en cuanto a los sentimientos de pertenencia al Estado. Seria largo y prolijo el mencionar todos los núcleos, medios de comunicación y grupos de presión que representan lo que quiero trasmitir al lector. Tomemos los cuatro grandes periódicos de Madrid y veamos su comportamiento e influencias. El Mundo, ABC y La Razón, con ediciones en otras grandes ciudades, pero manteniendo la mismas editoriales, comparten prácticamente una ideología más ultramontana que el mismo Partido Popular, el cual se siente atrapado en medio de los tres rotativos, a los cuales ha de obedecer por si acaso. La concepción del Estado de dichos medios se basa en una interpretación restrictiva de la Constitución y en una permanente crispación hacia lo diferente y lo plural. Nadie duda de la profesionalidad de El País, ni de su ideología más centrada y responsable, no obstante desde hace un tiempo se observa en él un cambio con una crítica permanente al Gobierno y haciendo gala de una tendencia más centrípeta que hace un par de años. España, o mejor dicho Madrid, salvadas las excepciones, se aleja del espíritu de la transición. A pesar de las leyes progresistas que el gobierno del PSOE ha logrado aprobar, referentes a la familia, a la educación, a la protección social y a determinados derechos del individuo, grandes nubes de pensamiento conservador y catolicismo integrista se ciernen sobre Madrid. La mayoría de ellas logran esparcirse por toda la geografía española, al no encontrar barreras de pensamiento propio, ni en la ciudadanía, ni en medios de comunicación de las diferentes comunidades, con algunas excepciones.
¿Cuál es la conclusión de todo esto? Pues miren, a mi modo de entender, España iría mucho mejor con un Madrid aligerado de funcionarios y cargos políticos, de centros de poder, de tertulianos y de medios de comunicación. Lo que pudiera parecer un Madrid integrador, no es mas que un centro de uniformismo y de tensiones, y a la larga, motor de desafecciones de ciertos territorios. Criticar los nacionalismos de algunas partes de España, no es ni justo ni coherente, si no se extiende la crítica al nacionalismo centralista, integrista y uniformador. No es la primera vez que escribo lo siguiente: la fábrica de los separatismos está en Madrid y en algún partido político.
El pensamiento predominante no ha de surgir de un núcleo central privilegiado; el verdadero pensamiento integrador y cohesionante saldrá de las diferentes corrientes y comunidades de todo el país. Y el caldo de cultivo no habría de ser otro que el respeto a las diferencias —no me refiero al folclor—, nunca la amenaza, ni el deprecio.
Permítanme una ligereza: para bien del país, habría que desmontar Madrid. No se asusten, quiero decir desnudarlo al menos ideológicamente.
*Escritor
Capital centralista, Estado descentralizado « Lo finestró del Gràcia.